Con el corazón en la mano y sin respuestas sobre el porvenir, Elías vio su casa a lo lejos. Un sol rojizo iluminaba su modesta fachada y ahí, al frente de la puerta, estaba ella. Se podría jurar que sus rizos amarillos le habían robado el resplandor al sol y que la luna estaba tatuada en sus ojos. A pesar de sus escasos seis años de edad Juliana era la admiración de todos en la vecindad. Sus pulidas facciones hacían juego con esa personalidad alegre y espontánea.
Ese día, como ya era costumbre, la niña jugaba al frente de la puerta. Pero no jugaba con muñecas ni cochecitos. Siempre era el mismo cohete y sus astronautas, los que vivían emocionantes aventuras en sus pequeñas manos. Todo porque quería ser astronauta.
Elías nunca tuvo inconveniente, pero esta vez, después de un afectuoso saludo, quiso poner fin a esa ilusión. Sabia perfectamente que con sus escasos recursos económicos Juliana nunca cumpliría ese sueño. La sentó en sus piernas y le dijo:
– Corazón, soñar no sirve para nada. No te das cuenta que cuando se tiene un sueño, cada vez que uno da un paso para alcanzarlo, este se aleja diez pasos. Y si vuelves a dar otro paso, él se vuelve a alejar otros diez pasos más.
Los ojos de la niña se llenaron de lágrimas. Entendía perfectamente que aquellas palabras estaban relacionadas con sus amigos astronautas. Corrió a su cuarto y cerro la puerta.
Quince minutos después fue al cuarto de su padre y se sentó en la cama. Sus ojos llorosos ahora brillaban de felicidad.
– Papi, tu me has dicho que cada vez que uno da un paso para alcanzar su sueño este se aleja diez pasos. ¿No es así?
– Así es
– Papi, Ahora entiendo para que sirven los sueños.
– ¿Para que?
– Para CAMINAR, y sabes algo, ahora quiero que el día que visite las estrellas y vaya saltando de nube en nube no este sola. Sueño que ese día tú estés a mi lado.
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No se en que momento de la vida nos apagan esa capacidad que tenemos de soñar en grande. Cuando somos pequeños soñamos con ser bomberos, policías, astronautas y cambiar el mundo. Lastimosamente eso cambia y en la universidad nuestros sueños los limitamos a recibir conocimientos y a pasar los semestres para lograr un grado pues así conseguiremos un buen trabajo, dinero y familia. Más adelante, solo llegaremos a soñar en tener casa y carro propio.
¿Donde quedaron esos sueños de hacer cosas grandes? ¿de cambiar nuestro entorno? ¿de ayudar a los demás?
¿Donde reposan las ilusiones de las almas jóvenes, las únicas que no envejecen, las únicas a las que se les puede hablar de ideales?
¿Donde se buscan los sueños colectivos. Esos que hablan de una Colombia en paz, donde cada colombiano siente que es parte de la solución?
Yo sueño que cada uno aprenda de Juliana y nos demos cuenta que en la piel de la memoria descansan grandes ilusiones y el poder inconmensurable de cambiar nuestro entorno.
Sueño, como decía Jean Claude Bessudo, empresario del turismo, con una Colombia que se sienta orgullosa de ser colombiana.
Sueño cada día encontrar más jóvenes como los que hacen parte de la Red Colombiana de Jóvenes “RECOJO”. Aquellos que trabajan incansablemente por otros, que ponen al servicio de los demás la virtud de su juventud y entienden que solo el servicio le da a la vida sabor a eternidad.
Sueño que hoy, después de estas palabras, te des cuenta que para cambiar nuestro país solo faltan tus sueños y tu trabajo. Solo faltas tú.